Sunday, November 11, 2001

LIBERTAD

En el tiempo del ayer nació el miedo; inédito, inconcluso, virgen de todo pecado y de todo milagro. Se propagó por el cuello, la espalda, los sueños, las ilusiones, los espacios y los momentos. Se incursionó en la humanidad cuando esta apenas era una insignificancia. Por varios años, cogidos de las manos crearon y destruyeron mundos; hubo dioses, predicciones, pesadillas, males y bienes. Hasta que un día el miedo se detuvo en uno de los rincones insaciable del ser, donde los sentimientos se desvanecen y las iras se fabrican; se sentó a pensar. Pensó por horas, días, semanas, meses, años hasta que reconoció en el horizonte exitoso al ser humano y de la envidia heredada de la vida se contagió.

Aquel mismo día el miedo salió en busca de su reconocimiento como amo y señor, acabó con los dioses, con las supersticiones, con las creencias, con la seguridad y hasta le hizo marco de reverencia a la muerte en vida. Al final de su trayecto se acordó del tiempo, aquel que lo había visto nacer, y se acercó a su morada.

Ya cerca de la colosal puerta, dueña del principio del todo y de la nada, protectora del frágil destino del ser, yacía el miedo en silencio -un grito perdido de su lugar y de su tiempo- había buscado desesperadamente un mundo donde desahogarse donde plasmar su poder insoportable e indestructible, su eterno legado.

Repentinamente, un quebradizo silencio se oyó. Atrás en el suelo yacían derramados y desolados los pedazos de destellos, la sangre de la vida y la felicidad sin prejuicios. En ese momento, el miedo había entrado a la morada donde el tiempo habita. Sin peticiones, sin angustias ni permisos; el grito encontró su casa y el sufrimiento no se la negó, más aún le brindó su confianza. Ya nada más lo detendría.

Desde ese día la puerta del tiempo, el principio, dejó de existir; desde entonces un caos de esencias y de confusión embargan el lugar.

El futuro fue el único que se percató del incidente, estaba solo, el presente y el pasado habían salido a enseñarle a una tal "humanidad" la sabiduría de la experiencia. Se quedó callado, no pronunció palabra alguna, no porque no quisiera o pudiera sino porque se lo tenían prohibido. El destino, como le llamaban sus amigos, se ocultó en la prudencia -fortaleza casi indestructible- pero fracasó, el miedo llegaba aun hasta a esos recónditos lugares; en ese estado de desesperación, el futuro por encima de sus principios, sacó su única arma: la verdad, la empuñó y dejó de esconderse. No era más un tiempo sin sentido.

Combatieron horas tras horas, generación tras generación, sin que nadie diera muerte a su rival, sin osadía suficiente como para hacerlo un hecho o como para desvanecer el sentido de la pelea o de ellos mismos, y así, con el tiempo a cuestas se fue agotando el tiempo, el tiempo ya no era infinito sino quietud, el espacio el testigo y el instante un campo de batalla.

Al final todo oscureció, y se escuchó un dolor. Un cuerpo yacía en el piso, y el otro arrodillado pedía perdón. Perdón a aquel que le había negado la dicha de seguir viviendo, pero a cambio le había regalado más de lo posible: la felicidad de ser consciente del significado de la vida.

La tenue luz revelaba la silueta de su rostro, era un alma, un hombre y un Dios. Había vencido, y aun así, no sentía como si el triunfo lo llenase de gloria. Era un momento triste e interminable y la muerte lo disfrutaba Ésta no había partido todavía, inquieta y con una seguridad abrumadora, esperaba por él también.

Su agitada respiración que se podía sentir desde que inició el conflicto comenzaba a cesar; mientras tanto, los colores de un nuevo amanecer empezaban a reflejarse y la tierra aparecía nuevamente prepotente, como una ilusión incontrolable que divaga sobre el tiempo.

No soportó más, no se hallaba en ese espacio lleno de cadenas -la libertad era una característica que no poseía, era simplemente un nuevo rival, su oponente omnipotente-. Se sentía un simple recuerdo, un ámbito de conciencia donde se es real por momentos, donde la verdad sigue siendo un hecho, la ilusión un miedo y el pensamiento un incomprensible. El reflejo de sí mismo sobre el gran ventanal del espacio inhóspito lo terminó de acabar; era una simple mancha perdida, era un desequilibrio mas de lo inentendible e innombrable. Ya no era él mismo, él que soñó alguna vez ser, ni siquiera una leve sombra de aquel que poseía los ideales del principio del ser.

Ya no existía.

Sólo en ese momento decidió quitarse la vida. Y desde ese instante del tiempo no se tiene destino, ni consciencia suficiente para temerle a la vida.

Deimo